Los carnavales como el de Ayusqucha son lugares de encuentro entre las comunidades. Durante años, fueron espacios también de trueque en el que las mujeres se encargaban de decidir qué productos se intercambiarían. Hoy esta tradición viene siendo reemplazada por la compra-venta.
Ayusqucha es una laguna hermosa que refleja el sol y la luna en medio de las pampas de Asacasi, comunidad de Tambobamba en Apurímac. Allí se congregan las comunidades aledañas para celebrar el carnaval, fiesta de la vida y la reproducción. En palabras de un comunero de la vecina comunidad de Ñawinpuquio, “Ayusqocha, hinatupana pampa”, es el lugar donde siempre se encuentran.
Una de las actividades realizadas a primera hora de la mañana es el trueque o intercambio de productos que las comuneras llevan cada 2 de marzo. Son las mujeres las encargadas del trueque, las que determinan cuáles son los productos que intercambiaran según sus necesidades bajo otras racionalidades económicas, un puñado de chuño a dos manos por un membrillo, papas por tuna, habas por melocotones, entre otros alimentos. Las reglas del trueque se pactan entre los interesados y con risas y bromas cierran el trato que hace posible diversificar su consumo.
Sin embargo, en los últimos años, según narra Sebastián Oscco, hijo de Asacasi, el trueque va siendo reemplazado por la compra-venta y varios comuneros prefieren poner valor monetario a sus productos. Cintia Limascca, procedente de Laupay, distrito de Haquira, explica que hay gastos que se han introducido a la vida de las familias de las comunidades, como el pago de luz y agua, y los requerimientos escolares, como los útiles, zapatos y mochilas. Necesidades creadas y en cierta manera impuestas por los servicios públicos. Por otro lado, hay productos como la lana de oveja en crudo cuyo valor ha caído radicalmente. Por toda la lana de una oveja adulta los compradores pagan tres soles, menos de lo que cuesta una espuma en aerosol que se ha puesto de moda en los carnavales pese a su alta toxicidad, como lo ha reportado el Municipio de Puno, que decidió prohibir su comercialización.
Los carnavales son tradición y es todo un acontecimiento señalado en el calendario agrofestivo de muchos pueblos del mundo, pero va cambiando con el tiempo y con ello, evidenciando transformaciones con sus consecuentes daños y beneficios. Por ejemplo, otra tradición que se ha conservado en el Carnaval de Ayusqucha es el concurso de Qhaswas, comparsa o grupo que integra la música, el baile y la actuación en una sola manifestación y en la cual cabe la participación de todos, sin distinción de edad o género. Este año, el primer premio se lo llevó la comunidad de Pilco, tras una hermosa representación coreográfica que tenía como fondo a un joven que realizaba una ofrenda a la Pachamama ante una bandera blanca. Ese mismo joven, Joel Oscco, me dijo que el carnaval es para todos y todas, nadie queda excluido. A mi entender, ese es el espíritu de la fiesta, ponerse las ropas más nuevas, adornar los sombreros con las tikas (flores de colores), juntarse y compartir el timpu (plato de carnaval con carne, col, papas y chuños), reír y gozar porque florecen las cosechas y el pasto es más verde con la lluvia cambiando el vestido de los Andes majestuosos.
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Sobre el autor:
Rossana Mendoza Zapata
Docente de la Escuela de Educación de la Universidad Antonio Ruiz de Montoya