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14 mayo, 2018

[Artículo] Consideraciones acerca de la ostentación

       En su obra teatral El Fabricante de Deudas, el escritor limeño Sebastián Salazar Bondy (1924-1965), construye uno de los personajes mejor logrados de la dramaturgia peruana: Luciano Obedot. Este protagonista y su familia viven una situación social que está más allá de sus propias posibilidades económicas, alardeando de un estilo de vida que les es cada día más difícil de sostener. En la desesperación, Luciano Obedot y su esposa negocian un matrimonio entre su única hija, Pitusa, y un noble mucho mayor que la joven, el Marqués de Rondavieja, que, a la larga, resultará un aristócrata venido a menos. Toda esta trama sucede dentro de un contexto en que la familia Obedot vive perseguida por acreedores y en permanente riesgo de perder lo que poseen. Así, El Fabricante de Deudas se constituye en una metáfora integral de una existencia material desmesurada, lejana a cualquier atisbo de cordura, donde llevar una vida inmersa en la apariencia es una conducta normalizada, pero, a la postre, trágica.

Es sabido que los seres humanos establecemos de manera personal o cultural, determinadas nociones sobre lo que consideramos una persona de éxito. Para muchos, una vida exitosa es aquella que ha logrado el máximo de estatus social por medios económicos. Es decir, que ha alcanzado un lugar de privilegio en la estructura societal, gracias a los beneficios que otorga la acumulación de riqueza. Sobre todo, porque se asume que la libre elección está fuertemente condicionada por la tenencia de dinero. Además, porque la felicidad es vinculada, en ese esquema de vida, al acopio de riqueza.

La convicción que el dinero nos hace auténticamente libres, está fuertemente arraigada en las sociedades modernas desde hace un par de siglos, una vez que fueron abolidas democráticamente – de forma paulatina- las diferenciaciones por nacimiento. A Alexis de Tocqueville, célebre pensador francés del siglo XIX, le llamó la atención cómo los norteamericanos tenían la propensión a tratar de emular a sus vecinos, motivados por un fuerte sentimiento de envidia. Pues en un mundo político y social igualitario (como era el de la naciente democracia americana), el único modo de hacerse visible, de distinguirse,  era a través de los beneficios materiales que acarrea tener dinero. Así, la envidia era el motor que originaba el deseo de acumulación y, por lo tanto, de superación material e individual.

Por todo ello, la posesión desmesurada de dinero es tan atractiva. No solo porque posibilita comprar todo lo que se puede elegir y, a la postre, querer. También, porque le permite  a las humanos diferenciarse del resto de los mortales, siendo la diferenciación un rasgo que ha acompañado a la humanidad a lo largo de su historia.

 

Lea el artículo completo en la Revista Ideele N° 279

Sobre el autor:

Ricardo L. Falla Carrillo

Jefe del Departamento de Filosofía y Teología de la UARM

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