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20 junio, 2018

[Artículo] Francisco Chamberlain y la lucha por la memoria

         La partida de Francisco Chamberlain ha sido un acontecimiento muy triste. Buen amigo, intelectual riguroso y sacerdote jesuita comprometido con la Iglesia de los pobres, Francisco fue un auténtico luchador social de talante profético. Norteamericano de nacimiento, dedicó los mejores años de su vida al Perú y a las exigencias de la justicia en la sociedad y en la comunidad eclesial.  Su trabajo pastoral y social en el Agustino y en Ayacucho estuvo centrado en la promoción de la acción ciudadana y la solidaridad con las víctimas de la violencia.

Conocí a Francisco en el año 1996, cuando empecé a dictar en la entonces Escuela Antonio Ruiz de Montoya un Seminario sobre Charles Taylor y Alasdair MacIntyre, autores mal caracterizados como “filósofos comunitarios”. Francisco era un profesor muy querido en esa casa de estudios. Decidió asistir a mi curso, a pesar de que entonces yo era un profesor inexperto de veinticinco años. Sus intervenciones en el aula eran sesudas y esclarecedoras. En todo momento, establecía con rigor y originalidad importantes conexiones entre las ideas de estos autores contemporáneos y las circunstancias de nuestro país. Estaba a gusto tanto en el terreno de la argumentación como en el del aterrizaje de los conceptos en los espacios sociales y políticos. En su propio curso – Carisma e Institución – pasaba de la abstracción intelectual al horizonte de las prácticas sociales y de éstas nuevamente a las ideas argumentando con claridad y elocuencia. Sus alumnos pueden dar testimonio de sus virtudes intelectuales y personales, así como su vocación por la enseñanza.

Francisco se preocupó en todo momento por la construcción de la ciudadanía democrática en los lugares en los que ejerció su magisterio sacerdotal, cívico y académico. Estaba convencido de que no se podía lograr la democracia sin cultivarla cada día en los diferentes espacios de la vida. La precariedad económica en la que vivía parte de la población no constituía una razón para renunciar al principio de la igualdad de derechos y de oportunidades como factor estructurante de una genuina democracia liberal en lo político e inclusiva en lo social.  Impulsó entidades como SEA en El Agustino y la Casa Mateo Ricci en Ayacucho, instituciones comprometidas con la creación de conciencia en materia de derechos fundamentales y cuestiones de justicia básica. La condición de ciudadano no debía – por ningún motivo – ser accesible sólo a una minoría acomodada, urbana y capitalina. La ciudadanía debe ser universal.

 

Lea el artículo completo en la Revista Ideele N° 280 

Sobre el autor:

Gonzalo Gamio Gehri 

Docente de la carrera de Filosofía de la Universidad Antonio Ruiz de Montoya y de la PUCP.

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