Dos siglos, veinte décadas. La sola palabra puede generar estupor, sorpresa; ocasionar un sinnúmero de sensaciones, de reflexiones, de interrogantes. Bicentenario. En 1821 se instauraba la república peruana, mientras, en Europa, aun persistían las monarquías a pesar de la ilustración del siglo anterior y de los primeros liberalismos. El derecho divino de la aristocracia real, todavía era parte del “orden imaginado” popular. Y la secularización aún se estaba gestando política y culturalmente. No olvidemos que el siglo XIX fue un enorme puente temporal, de un mundo premoderno a otro abiertamente distinto.
Si viajáramos en el tiempo, el Perú del 31 de diciembre de 1820, parecería irreconocible ante los ojos de nuestra actual experiencia. En aquellos días, todavía la vida social y doméstica tiene un hegemónico sustento religioso, y las costumbres del día a día todavía están organizadas sobre la base de tradiciones que no experimentan cambios repentinos. Más bien, se producen mutaciones imperceptibles en pequeñas escalas. Las relaciones sociales son asimétricas, casi no existe movilidad social y la experiencia de la subjetividad, aun es circunstancial.
Hacia 1820, los conceptos de “revolución”, “emancipación” y de “independencia”, en su significación secular, no son de uso común, como lo van a ser un siglo después. Son nociones marginales, utilizadas por las subjetividades más politizadas, aquellas que han asumido algunas ideas de la ilustración y que los ha llevado a descubrir una cierta conciencia de diferenciación identitaria. Pero no son de utilización masiva. De ahí que, muy probablemente, la mayoría no entendiese muy bien que se estaba desarrollando en esos años.
Al instaurarse la república peruana, se quebró con el orden monárquico y la justificación teológico política del orden social. Y, todo ello, sobre la casi inexistente elite ilustrada y ciudadanía extendida. Sin saber muy bien qué hacer con el naciente país, se desataron innumerables luchas por el poder político, generándose una inestabilidad integral que ha sido proverbial no solo en el Perú, si no en casi toda Latinoamérica. Mientras, Europa occidental y Norteamérica consolidaron su modelo económico industrial y la organización instrumental de sus sociedades, con sus logros y desventuras.
En ese largo siglo XIX se definió una parte de lo que somos actualmente. Por un lado, dependientes del capital, del conocimiento y de la tecnología del mundo desarrollado. Y, al no hacerse extensa la identidad republicana, la fragmentación cultural localista, que se suma a las desigualdades económicas y educativas, incidieron en la alucinante heterogeneidad que hace más difícil la gobernanza y los objetivos comunes ¿Qué deberíamos hacer este Bicentenario? Pensar con rigor, debatir y escribir todo lo necesario. Para entender mejor a nuestro país y saber qué hacer con él a futuro.
Artículo publicado en Diario Oficial El Peruano
Sobre el autor:
Ricardo L. Falla Carrillo
Jefe del Departamento de Filosofía y Teología de la UARM