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19 junio, 2019

[Artículo RPP] La legitimidad de nuestras creencias

La autocrítica de la creencia no solo sirve para defender la migración extranjera, sino también para poner en cuestión otras prácticas sociales como los estereotipos de género o la corrupción generalizada.

¿Cuáles son las fuentes ostensivas o conceptuales que sostienen la creencia de que exigir visa y pasaporte para ingresar a nuestro territorio es la mejor forma de cuidar la integridad de todos los peruanos?

Según Clifford (Ética de la creencia, 1877), las convicciones verdaderas son aquellas conclusiones obtenidas luego de una honesta investigación. Por contraste, las creencias falsas serían aquellas conclusiones que se asumen sin base suficiente para hacerlo. Esta herramienta conceptual para evaluar las creencias propias permite algunas reflexiones sobre el modo como se forma la opinión en torno a diversos temas, en este caso se piensa en la migración venezolana.

El anuncio del presidente Martín Vizcarra sobre exigir visa y pasaporte solo a los extranjeros venezolanos que quieran ingresar al país bajo el argumento de la protección de la integridad de los compatriotas ha sido recibido, por muchos sectores de la sociedad, como una medida positiva en cierto sentido, incluso entre algunos quienes piensan que la movilización humana es un derecho natural que existía ya antes de la creación de las fronteras. Sin embargo, esta convicción no cuenta con sustento empírico ni conceptual para ser defendida, por el contrario, la experiencia histórica propia, y la internacional, muestra que la migración es positiva para el país receptor.

La razón de este desconcierto quizás se puede rastrear en las estructuras sociales en que los individuos se constituyen como sujetos partícipes de la comunidad a la que llaman suya. Tanto los que pueden comprender un concepto de justicia universal para las personas, como aquellos que defienden una justicia más práctica (que suele aparecer en momentos de crisis) que busca asegurar “lo mío” y a “los míos”, en ambos casos, viven las mismas condiciones sociales y los discursos que aparecen en y por estas condiciones.

Un ejemplo claro es la extendida creencia en la sociedad peruana de que este es un país de emprendedores. Este discurso contempla un individuo virtuoso, ágil y competente que sortea las dificultades de su medio (históricamente marcadas por la violencia y la pobreza) para asegurar su desarrollo personal que pasa por una mejora económica personal y la de los suyos. El extranjero, entonces, se presenta como una amenaza para el emprendimiento, y es rechazado. En las últimas semanas, esta amenaza ha sido alimentada con casos criminales terribles, como el ocurrido en Caravelí. Del mismo modo ocurre en otros países, como en Chile. Algunos sociólogos sostienen que en el país sureño el extranjero no es una amenaza, sino una pieza que impide que la economía mantenga su flujo; el problema sería, pues, su pobreza y, por lo tanto, su escasa capacidad para insertarse a la economía.

La capacidad de ser conscientes de estas estructuras de pensamiento puede permitirnos la honesta investigación de las razones que sostengan nuestras creencias. La necesidad de esta autocrítica no es para defender la migración extranjera del rechazo, a veces xenófobo, sino que es necesaria para poner en cuestión incluso otras prácticas sociales como los estereotipos de género, la corrupción naturalizada, la violencia contra grupos minoritarios o la simple pero cruel indiferencia frente al sufrimiento de otros seres humanos, ya sean de Venezuela, de Bagua, de Ayacucho o nuestro más cercano pariente.

 

Lea la columna de la autora todos los miércoles en Rpp.pe

Sobre el autor:

Soledad Escalante

Docente principal de la Facultad de Filosofía, Educación y Ciencias Humanasen la Universidad Antonio Ruiz de Montoya

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