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2 julio, 2019

[Artículo RPP] Ricardo L. Falla: Ante Elīna Garanča

Hay grandes artistas de grandes aptitudes. Talentos que, con solo verlos, oírlos, sabemos ante quien estamos. Se nos viene a la memoria el nombre de algunos de ellos: Jaroussky, Pavarotti, Lisitsa, DiDonato, etc, etc. Sin embargo, lo vivido y sentido, en el imborrable jueves 27 de junio en el Gran Teatro Nacional, ante la mezzosoprano Elīna Garanča, no tiene comparación en nuestra memoria reciente.

Para empezar, hay que resaltar la calidad evidenciada por la Orquesta Sinfónica Juvenil Bicentenario, que tiene como director titular al maestro Pablo Sabat. Pero que en esta oportunidad especial fue dirigida por el maestro Constantin Orbelian, director de una reconocida trayectoria que logró conducir a nuestros jóvenes intérpretes con solvencia. Sin el marco orquestal de la OSJB, el concierto de la mezzosoprano letona no hubiera sido el mismo.

El concierto de Elīna Garanča empezó con la célebre obertura de la opera Orfeo en los infiernos de Offenbach, composición ligera, adecuada para el tipo de repertorio que fue abordando, paulatinamente, la cantante. Las dos primeras arias, de Mascagni y de Cilea, crearon la atmósfera vocal necesaria hacia donde llegarían las cimas de la primera parte:  la bella aria Mon coeur s'ouvre a ta voix de la célebre Samson et Dalila de Saint-Seaëns y la famosa e intensa Acerba volutta del mismo Cilea. En ambos casos, pudimos percibir por qué la Garanča es quien es en el mundo operístico.

Tras el receso, la OSJB nos obsequió la Danza Española N. 1 de Manuel de Falla. Y tras esa pieza orquestal, se inició el segmento más entrañable del concierto. Empezó con la Canción de la Paloma de Barbieri y De España vengo de Carné, ambas arias de zarzuelas inmensamente conocidas. Y tras estas maravillas hispanas, no podía faltar uno de los puntos obligados que cualquier mezzosoprano esta llamada a interpretar: Carmen de George Bizet. Y en la Habanera y la Canción Bohemia, Elina Garanča llegó a la estatura del mito en el recinto del Gran Teatro Nacional. Realmente encantadora y bravísima como Carmen. Con esto, terminaba el programa oficial

Pero tenía que llegar el regalo. Una artista de su nivel y trayectoria no podía dejarnos con la miel en la boca. El público, ahora conducido hacia la perfección, pedía más de la diva. Y lo logró. Una tras otra, arias de zarzuela y canciones del repertorio popular, por cuatro veces, nos fueran regaladas por una cantante de primer nivel, cercana y sencilla. No puede ser de Sorozábal, para tenor originalmente, pero que adquiría una dimensión precisa en la voz de una mujer. Luego, Carceleras de la zarzuela Las hijas del Zebedeo de Ruperto Chapi. Todos los presentes, ya nos encontrábamos en el octavo cielo. Pero no. La maestra tenía que darnos más. Tras un aplauso de no cesaba, Granada de Agustín Lara nos llevó a la Andalucía que tanto recordamos.  Y, para terminar, con una poderosa y vibrante versión de El día que me quieras del gran Carlos Gardel, que nos hizo suspirar por Buenos Aires.

Los asistentes salimos conmovidos y se podía ver en la alegría de cada rostro. Habíamos estado ante una verdadera artista, ese tipo de persona que domina plenamente un talento y que sabe ofrecerlo a los que aman su arte. Luego de la presentación de Elīna Garanča habíamos llegado al noveno cielo. Y por eso tocamos, brevemente, la eternidad.

Lea la columna del autor todos los lunes en Rpp.pe

Sobre el autor:

Ricardo L. Falla Carrillo

Jefe del Departamento de Filosofía y Teología de la UARM

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