Desde que inventamos la interesante idea del “final de los tiempos”, nos hemos acostumbrado a creer que nuestra generación es la última generación de la raza humana. Este sentimiento apocalíptico se acrecienta cuando enfrentamos situaciones como la que estamos atravesando.
Al término de una conversación televisada en 1982, dos de las inteligencias más notables del siglo XX, el filósofo Karl Popper y el biólogo Konrad Lorenz, dijeron casi al unísono: “Nada está dicho. Y todo es posible”. Esta afirmación sencilla y hasta obvia, proveía de quienes ven los sucesos humanos en una perspectiva amplia y profunda de las cosas. Cuando menos lo creemos, la temible “diosa fortuna” mueve el timón de nuestro destino, y cambian de rumbo los sucesos que creíamos ciertos.
El indeterminismo que rige al mundo natural, también se desarrolla en el ámbito humano. De ahí que nuestra capacidad de predicción sea tan limitada y esté condicionada a variables indefinidas que no podemos tomar en cuenta. Pues siempre hay una mariposa que, al aletear, puede desencadenar un huracán. ¿Qué dirán nuestros amigos transhumanistas? ¿La “singularidad” estará cerca, ahora? Pues les cantaremos al oído el inicio del “Carmina Burana”: “Oh Fortuna, /como la Luna/ variable de estado, / siempre creces/o decreces”.
No, no estamos el final de la historia. Probablemente, sí nos encontramos al término de una de las tantas historias de las que hemos sido partícipes. Somos una generación más, sin duda. Que vivió lo que tuvo que vivir con sus desventuras y aventuras. Pero una más. Así de simple. Y seremos, si hay futuro, un capítulo de algún texto de historia del siglo XXIII o XXIV.
¿Tal constatación debería entristecernos? No lo sé. Pienso que depende del modo cómo nos hemos acostumbrado a ver la vida. Si pensábamos que el mundo iba ser el mismo, siempre, probablemente será muy perturbador. Pero si asumimos que ““nada está dicho y que todo es posible”, tendremos una lectura menos torturada del devenir y destino humano. Los formados en humanidades sabemos bien que la “vida es breve”.
T. S. Eliot, escribió en el célebre Primer coro de La Roca lo siguiente: “El infinito ciclo de las ideas y de los actos, / infinita invención, experimento infinito, / Trae conocimiento de la movilidad, pero no de la quietud”. La observación detenida de la vida nos enseña a darnos cuenta de que “todo fluye”, cambia, nos guste o no. Y que, por esa misma razón, continua el gran poeta norteamericano: “Todo nuestro conocimiento nos acerca a nuestra ignorancia, / Y toda nuestra ignorancia nos acerca a la muerte”. Así, en la perplejidad, aprendimos que también muta lo conocido, transformándose ello en un reconocimiento constante de nacimientos y de muertes.
¿Qué muere? ¿Qué llega al fin? Algo que aún no estamos en condiciones de definir. ¿Qué viene? Eso es mucho más complejo de saber. ¿Qué nos queda? Pues, en silencio alerta: ver, mirar, escuchar y contemplar.
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Sobre el autor:
Ricardo L. Falla Carrillo
Jefe del Departamento de Filosofía y Teología de la UARM