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3 septiembre, 2019

[Artículo RPP] Rossana Mendoza: Son 249,535 víctimas

 El reporte de las víctimas del CAI no está cerrado, la cifra sigue creciendo conforme más personas se reconocen como víctimas, proceso difícil, pero necesario para curar las heridas y comprender lo sucedido. A dieciséis años de la presentación del Informe Final de la CVR, no podemos perder de vista que las recomendaciones no se han cumplido en su totalidad.

A abril del presente año, el RUV (registro único de víctimas) del Consejo de Reparaciones del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos reportó 249, 535 víctimas, entre personas individuales y comunidades, del conflicto armado interno (CAI) acontecido en nuestro país entre 1980-2000. Desde que asumió funciones en el 2006 no ha cesado en la tarea de actualizar dicho registro y las víctimas siguen apareciendo.

Ayer 28 de agosto se cumplieron dieciséis años de la entrega del informe de la Comisión de la Verdad y Reconciliación, que en ese entonces reportó casi 70,000 víctimas siendo el 75 % de una lengua originaria distinta al castellano. Si bien todas y todos fuimos afectados de una u otra forma, porque perdimos un familiar, un amigo o un vecino, o tal vez vivimos un triste episodio en las provincias o en Lima, estamos aquí respirando y saliendo adelante con nuestros propios dolores. Declararse víctima no es fácil, expresa reconocer la vulneración y el daño, pero es el comienzo del largo camino hacia la justicia. La mayoría de los atendidos por el Consejo de Reparaciones son víctimas directas y familiares de víctimas fallecidas y desaparecidas procedentes de Ayacucho, Huánuco, Junín, Huancavelica, Apurímac, San Martín y Puno principalmente (para mayor información ver aquí). Es fácil darnos cuenta quiénes perdieron más en esa guerra.

Las víctimas exigen la reparación, pero también exigen la acción efectiva del Estado para encontrar a sus familiares desaparecidos y sancionar a los perpetradores, también exigen que su memoria sea respetada y reconocida, que sus historias sean nuestras historias, que no se olvide lo que pasó. La violencia que vivimos fue engendrada en la entraña misma de la desigualdad y la injusticia, del desprecio y abandono a nuestros pueblos y no ha terminado, sale por los poros de aquellos que insultan y ofenden en las redes a las voces disonantes, de aquellos que reducen lo acontecido en esos veinte años de guerra a la acción del PCP-SL sin hacer el más mínimo esfuerzo por comprender la historia de nuestro país, de aquellos que terruquean a las hijas e hijos de quiénes fueron parte del enfrentamiento en los “grupos subversivos” o aquellos que desprecian a las hijas e hijos de los que fueron miembros de las “fuerzas del orden”. La violencia está allí y es del mismo material con el que se inició el CAI.

A 16 años las recomendaciones del informe aún no se cumplen en su totalidad, las políticas que han debido implementarlas son la parte más débil y por eso nos toca seguir exigiendo justicia para las víctimas y contribuir a la reconciliación. Tal vez el primer paso, es recuperar nuestra propia memoria, liberar el dolor para razonar los hechos, reconocernos como actores de esas violencias que se manifiestan en odios y discriminaciones y que se instalan cómodamente en la indiferencia. Un segundo paso es educar, hablarlo con nuestros niños, niñas y jóvenes, y asumirlo como un tema obligado en la vida familiar y escolar.

 

Lea la columna de la autora todos los viernes en RPP.pe

Sobre el autor:

Rossana Mendoza Zapata 

Docente de la Escuela de Educación de la Universidad Antonio Ruiz de Montoya

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