Narrar el 2020 es una revolución que quiebra la evolución lineal del tiempo, se deja de percibir el pasado en unión contigua con el presente y serán las nuevas generaciones las que liderarán los grandes cambios.
Este año que culmina con interrogación ha sido tomado en muchos momentos por la desesperación y cuando esta toma un carácter completamente invasivo, a ella responde la esperanza. La espera intenta tener el control del advenimiento inminente de lo que sucederá. Sin embargo, esto es imposible ya que la esperanza no está determinada por su debilidad o por el incumplimiento de aquello que aguarda, sino es el impulso de lo narrable.
La humanidad se encuentra en una radical lucha por apoderarse del futuro lo antes posible, en vivir primeros el futuro. Sin embargo, esa carrera incesante necesita ser narrada, y aquí discutimos un poco a Baudelaire, por eso este año está consagrado a cantar la posibilidad misma de la transmisión, a no dejar el presente como el tiempo de la propia carrera, y ante el cosmos que se vuelve extraño e indescifrable no podemos caer en la desesperación ni en el aburrimiento. Para ello, aparece como un destello la esperanza. En ese sentido, la naturaleza y los objetos sí nos dicen y mucho, no los dejemos arrojados al féretro de la historia.
No deberíamos tener una imagen “eterna” del pasado, sino una experiencia constante con él que es única. Por eso, el pasado no se acumula museísticamente como un archivo, sino que es un siempre volver a empezar, una y otra vez, jamás ante la fascinación del progreso que anuncia la llegada de un futuro que nunca se consuma. Contra esas versiones historicistas dominantes y dominadoras o contra las resignaciones es que se levanta la esperanza de Walter Benjamin en su versión de la historia. Y así, es inevitable pensar en su Tesis V Sobre el concepto de la historia: “La verdadera imagen del pretérito pasa fugazmente. Sólo como imagen que relampaguea en el instante de su cognoscibilidad para no ser vista ya más, puede el pretérito ser aferrado […]. Es una imagen irrecuperable del pasado que amenaza desaparecer con cada presente que no se reconozca aludido en ella”.
En ese sentido, no hay que olvidar que la vacuna no es más que un nombre de la esperanza. Por ello, no hay que dejar de vista la versión historicista de la historia que es conservadora y justifica la eficacia banal del pasado como influencia o justificación del presente. El pasado tiene una eficacia punzante y nos ayuda a construir narraciones no solo inclusivas, sino integrales. No estamos ni cerca de asomarnos a la salvación, por ejemplo, esta versión mesiánica vencedora de la historia se traslada al discurso capitalista que engloba la campaña contra el COVID-19 ¿Aceptamos el pasado en cuanto pasado o como presencia, es decir, en cuanto pendiente? Ante esta concepción de la historia se reflejan las protestas de los trabajadores agrarios, también.
Narrar el 2020 es una revolución que quiebra la evolución lineal del tiempo, se deja de percibir el pasado en unión contigua con el presente, y se conecta un momento lejano con lo actual, un antes con un ahora. Y son las generaciones de la revolución las que vienen a exonerar a los oprimidos del antes. El hasta ahora “acuerdo secreto” con el pasado opresor nunca más será esotérico. Esta relación será consumada y por lo tanto la humanidad, en este caso, nuestra sociedad peruana, habrá vuelto los ojos a sí misma. Este es un deseo profundo para nuestro país el año que viene.
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Sobre el autor:
Soledad Escalante
Docente principal de la Facultad de Filosofía, Educación y Ciencias Humanasen la Universidad Antonio Ruiz de Montoya