Somos testigos de un hecho histórico que solo nuestra memoria impedirá que se repita y será la esperanza la que motive acciones ciudadanas pensadas realmente en el bien común y en la búsqueda de un nuevo orden sin corrupción estructural.
Primer Acto. En un Congreso con miembros investigados por el Poder Judicial se venía cocinando una fatalidad para la gran mayoría de peruanos pero una “oportunidad” para una gran minoría que no actúa sobre hechos probados sino en función de sus propios intereses y afectos como se pudo observar durante la noche de lo que hoy es una fecha fundamental para entender el desenlace de este drama nacional: 9 de noviembre de 2020.
Segundo Acto. Se consuma sin mucho preámbulo la fatalidad, el desconcierto, la irreflexión, el temor y la vereda sin dirección en medio de una pandemia. El Congreso logra arrinconar presidentes y condenarlos por “incapacidad moral”, una figura que se ha vuelto norma en el continente desde la destitución de Fernando Lugo en Paraguay por allá el 2012. Se habló de todo menos de cómo el comportamiento de Vizcarra constituye incapacidad moral, dijo Fernando Tuesta. La intención era clara: “obtener el control de la rama ejecutiva y detener las investigaciones de corrupción es fundamental para la supervivencia personal (de los congresistas y los dueños de sus partidos). Claramente tienen un propósito común. No es ideológico, es una coalición de los corruptos”, menciona Jo-Marie Burt, politóloga de la Universidad George Mason. Vizcarra se retira del escenario con rostro desencajado, dejando a la audiencia con las intenciones de entrar en acción. Afuera se escucha una protesta inevitable y legítima.
Tercer acto. El mismo personaje que en el anterior intento de vacancia (hace un mes y medio) repartía ministerios sin haber asumido el cargo y pedía ayuda a las Fuerzas Armadas en una total falta de carácter democrático, es el que se encargará de conducir el país. No hay que ser expertos en el tema para saber que el siguiente paso es el control del Poder Judicial, el Tribunal Constitucional, la SUNEDU y diferentes instituciones que permitan una elección impostergable pero posiblemente manipulable. El aclamado Bicentenario, palabra que suena bien y emociona, no es más que un escenario posible de disputa política desde la selva de cemento.
Cuarto acto e inicio. La audiencia indignada se sube al escenario y monta una obra. La performatividad de los actores políticos no es exclusiva. Los personajes secundarios como nosotros tomamos acción y somos parte de una nueva obra: el cambio que todos esperamos (y debemos) hacer. Lamentablemente, la performatividad de todos los peruanos en la búsqueda de un nuevo orden sin corrupción estructural es reprimida por las autoridades del orden en un exceso de violencia incomprensible. Sin una conducción por parte del Mininter, claramente la demanda legítima terminará en caos. Sin embargo, la audiencia que ya no desea ser más un espectador petrificado sin afectación, surge haciéndose valer de las palabras de Walter Benjamin: “Sólo por mor de los desesperanzados nos ha sido dada la esperanza”. Esta obra recién empieza y somos los peruanos y peruanas dueños y dueñas del desenlace. A resistir haciendo.
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Sobre el autor:
Soledad Escalante
Docente principal de la Facultad de Filosofía, Educación y Ciencias Humanasen la Universidad Antonio Ruiz de Montoya