Hay ciudades que ofrecen a sus habitantes una oferta cultural gratuita o de bajo costo. Sin embargo, aún con estas posibilidades de acceso, a una parte de la población, no le interesa. ¿Se puede ser ignorante por decisión propia?
Caminar por una ciudad bien constituida en términos de servicios culturales, suele ser una actividad gratificante. Se pueden ubicar una serie de museos, bibliotecas, planetarios, auditorios, entre otros, los mismos que permiten al ciudadano o al visitante acceder, de forma no escolarizada, al mundo del conocimiento.
De esa manera, el "mundo académico" y artístico logran acercarse a la gente, colaborando con la ilustración ciudadana. La urbe se convierte en una gran aula, donde las personas toman contacto con el pensamiento, las ciencias y las artes de forma viva, más allá de sus actividades u oficios personales.
A lo largo de los años, hemos conocido ciudades con bibliotecas abiertas hasta altas horas de la noche, con una variedad de museos que ofrecen días u horas gratuitas de ingreso, con teatros a bajo costo o de costo subvencionado. Ciudades concebidas como espacios de educación integral, donde la única pregunta que cabe es la siguiente: "¿quiere ser ignorante?, bueno, la decisión es suya".
Concebir a la ciudad como un aula viviente, está más allá de la lógica de la relación costo-beneficio. Implica madurez en la concepción del gobierno municipal y un claro sentido del bienestar del ciudadano.
Además, asumir que los accesos al patrimonio cultural, nacional e internacional y a la divulgación científica se entroncan con la política educativa a nivel de estado.
Las distancias entre lo que se ofrece en términos culturales y científicos en otras ciudades del mundo o de nuestro subcontinente y las nuestras, es tan inconmensurable, que resulta lacerante. No es un tema de recursos. Sino de prioridades y justas valoraciones. No se construye ciudadanía sin ilustración. Es decir, sin un saber cultural e intelectual. Si a pesar de los esfuerzos que puede realizar un estado y la sociedad en su conjunto para convertir el ámbito público en un espacio de educación integral, el sujeto se muestra indiferente, permanecer en la ignorancia es una decisión personal. Y frente a ello no se puede hacer nada.
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Sobre el autor:
Ricardo L. Falla Carrillo
Jefe del Departamento de Filosofía y Teología de la UARM