El estudio temprano de la filosofía llevaría, inevitablemente, a una reforma en la enseñanza de las otras materias. La revisión, por parte de un escolar influido por Nietzsche, del marco epistemológico de toda la arquitectura cognitiva del Currículo Nacional sería materia de cada día en el aula, durante la clase y fuera del aula.
La etapa escolar es quizá la etapa más inolvidable de una persona. Sin embargo, así como es de breve, es también determinante. En el terreno pedagógico, la forma como se orienten los contenidos durante la etapa escolar si no determinará, sí explicará el derrotero de las etapas posteriores del adolescente. En ese sentido, quisiéramos ir un paso más allá en el debate legal-administrativo acerca de la filosofía en las aulas escolares y preguntarnos acerca de cómo enseñaríamos los contenidos de la filosofía de Nietzsche en los grados de secundaria, incluso en los tempranos grados de la primaria, y, por qué no, en el grado inicial del individuo, la etapa en la que se aprenden las vocales y el abecedario.
Es decir, que la asignatura de gramática de los primeros años, podría ir de la mano con la enseñanza de los niveles de conciencia espiritual. Y que las clases de historia peruana busquen transmitir que en algunos momentos la nación osciló entre momentos apolíneos y otros dionisíacos.
Creemos que el debate no está en la dificultad de enseñar el curso de filosofía en los colegios, sino poder adelantarnos a determinar que tipos de sentidos o sensibilidades podríamos despertar en generaciones de peruanos que desde los, ¿10 años?, ponderen la existencia como una náusea o como la breve trayectoria de un Dasein. Esto si consideramos que el estudio de Nietzsche implica, inevitablemente, las temerarias consecuencias teóricas y prácticas del existencialismo, así como la desconcertante resignación en ser seres para la muerte.
La burocracia peruana, en su legítimo funcionamiento, puede inquirir acerca de la «pertinencia» de esos estudios o de la «proporcionalidad» entre la temprana edad y el contenido filosófico. Sin embargo, el filósofo, más optimista, aseveraría que la referencia de la brevedad de las cosas a una temprana criatura, invitaría a ésta a una temprana orientación espiritual de su vida.
Probablemente, un sector político observe que los estudios peruanos a nivel escolar que cuenten con una interpretación nietzscheana, podrían orientar la fluencia política hacia posturas antidemocráticas o fascistas. Pero el filósofo indicaría que la conciencia temprana de la «orfandad metafísica» podría conllevar colectivamente al hombre a la práctica del «rescate del prójimo» de la experiencia de la extrañeza del Ser. La reforma educativa, así entendido, busca que el esclarecimiento sea un punto de partida, y no el confortable arribo del egoísmo individual.
Convengamos que una temprana conexión con lo espiritual de nuestra humanidad puede procurarnos personas con importantes niveles de conciencia. Sin embargo, lo espiritual y lo institucional son elementos dispares en el pensamiento de Nietzsche. Justamente, la inversión de los valores es el momento de mayor conciencia en el hombre que busca arribar al superhombre. En este punto, un sistema escolar basado en la filosofía generaría inevitablemente personas en constante alerta.
¿Son todos los filósofos o el propio curso de filosofía lo que generaría el cambio en los valores educativos, políticos, etc.? Sin duda es el propio curso. El estudio temprano de la filosofía llevaría, inevitablemente, a una reforma en la enseñanza de las otras materias. La revisión, por parte de un escolar influido por Nietzsche, del marco epistemológico de toda la arquitectura cognitiva del Currículo Nacional sería materia de cada día en el aula, durante la clase y fuera del aula. No obstante, seguirá en pie una constante intriga: ¿Cómo hacerle entender a un niño o niña la frase «Dios ha muerto»? Y luego de dicha y explicada la constatación más cara del pensador dionisiaco, ¿cómo abordar el instante siguiente de una mente que comienza a asimilarla? El reto pedagógico es interesante. Ahora imaginemos el reto pedagógico que conllevaría enseñar las tesis de Séneca, o las resoluciones que se derivan en el sistema de pensamiento de Camus. Aunque finalmente, si la insondable extrañeza del Ser, el individuo la intuye desde muy temprano, entonces resultaría formidable que se cuente con la luz de una linterna, que es la filosofía.
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Sobre el autor:
Soledad Escalante
Docente principal de la Facultad de Filosofía, Educación y Ciencias Humanasen la Universidad Antonio Ruiz de Montoya