A la compleja situación en la cual nos encontramos los peruanos desde hace varios meses, se suma ahora la crisis más difícil de enfrentar: la crisis integral del entendimiento. Esta crisis se caracteriza, entre otras cosas, por la afirmación refractaria y excluyente de la perspectiva particular, negándose de plano cualquier posibilidad de encuentro y de solución compartida a las diversas dificultades que se afrontan. La solución a esta crisis, quizás la más peligrosa, está más allá de las explicaciones e interpretaciones causales de la misma. Es decir, supera al diagnóstico sociológico, jurídico, antropológico, económico o histórico. Más bien, se ubica en el ámbito de la razón práctica, en los dominios de la ética práctica. Pues implica un acto de voluntad racional y responsable de los sujetos, respecto a su propia comunidad política, ya sea desde del papel de las dirigencias o desde la ciudadanía “de a pie”.
La crisis del entendimiento, si no se resuelven, pueden ocasionar las peores tragedias humanitarias. A veces, terminan con la disolución de una sociedad en medio de atroces conflictos fratricidas. Otras veces, con la instauración de regímenes totalitarios o dictatoriales, donde la perspectiva más violenta y agresiva logra imponerse por la fuerza o por el terror. Sin embargo, aun cuando las crisis del entendimiento se resuelven desde una firme y perseverante voluntad moral – evitar por todos los medios posibles la devastación social- estas crisis tienen diversos orígenes.
Las consecuencias sociales del reduccionismo
Una de las causas de las crisis del entendimiento, se encuentra en el modo cómo ciertas ideas, de características reduccionistas, logran hacerse hegemónicas en la actividad académica. Y, desde ahí, se convierten en tendencias explicativas o interpretativas de gran parte de los procesos sociales. Los especialistas de las más diversas ciencias, puede caer en esta “tentación reduccionista”, y pretender absolutizar su enfoque frente a todos los hechos y fenómenos observados.
Las primeras experiencias reduccionistas fueron avistadas en la física, a mediados del siglo XIX y comienzos del siglo XX. Y adquirieron el nombre de “fisicalismo”, una de las tantas consecuencias del mecanicismo ilustrado. A la par, los célebres descubrimientos en biología, generaron una tendencia “biologista”, de carácter evolucionista, que se extendió incluso a las ciencias sociales. A lo largo del siglo XX, nos encontramos con una sucesión de varios reduccionismos: “historicista”, “sociologista”, “psicologista” “economicista” y, últimamente, “antropologista culturalista”. Obviamente, cada una de estas disciplinas (historia, psicología, sociología, economía, antropología), ha tenido importantes contribuciones para entender diversas dimensiones de lo humano. Y seguirán siendo necesarias para conocernos mejor, en el futuro.
Sin embargo, el problema surge cuando desde una disciplina se pretende explicar o interpretar todos los hechos o fenómenos posibles. Siendo las consecuencias más graves, la propensión a creer que no existe otra perspectiva disciplinaria para entender y comprender determinados procesos y, además, a obligar a otras disciplinas (y a sus lectores) a asumir como “verdaderas” sus conclusiones analíticas o interpretativas. Frases como “todo es económico” o “todo es cultural”, evidencian un talante reduccionista, cuya consecuencia más notable es el determinismo. Es decir, la creencia que desde un cúmulo de conceptos se puede determinar y predecir la totalidad de procesos, ocasionándose una visión cerrada y estática de los diversos mundos.
Reduccionismo, ideología e identitarismo
Los reduccionismos disciplinarios suelen tener mayor acogida en algunas concepciones ideológicas de lo político, sobre todo, cuando se busca refrendar dogmáticamente sus postulados doctrinarios. En efecto, estas ideologías, a fin de construir una visión integral y acabada del mundo social, recepcionan con facilidad los aportes del conocimiento reduccionista, principalmente aquellos que les permite legitimar sus planes de acción gubernamental. En este caso, las contribuciones reduccionistas suelen ser asumidas como “ciencia” o como “conocimiento objetivo”, sin tomar en cuenta consideraciones de orden crítico. También es pertinente aclarar, que hay también otras concepciones ideológicas de lo político, que se esfuerzan por establecer distancia crítica ante el reduccionismo, y elaboran sus marcos programáticos desde enfoques complejos y plurales.
Una parte importante de los desequilibrios sociales y culturales, ocasionados por las prácticas de determinadas concepciones ideológicas de lo político, han tenido su origen en visiones del conocimiento abiertamente reduccionistas. Las consecuencias de esta influencia se pueden observar en los innumerables conflictos sociales y culturales que causan. Esto debe a que el reduccionismo extrapola su visión de la realidad a todos los ámbitos de los sistemas complejos. Y, cuando esta percepción reductiva se une a la creencia radicalmente ideológica, se potencian las distorsiones sobre lo real. De ahí los enormes desequilibrios ocasionados.
En sociedades en emergencia, inestables y con debilitadas fortalezas críticas, los reduccionismos disciplinarios suelen ser asumidos con menor resistencia. Y, por lo tanto, las posibilidades de que sus aseveraciones se transformen en “verdades”, son más evidentes. Este problema adquiere mayores dimensiones en países donde los sistemas del conocimiento no son abiertos a la discusión y a la producción teórica. Así, en sociedades políticas que no han pasado por un proceso de ilustración ciudadana extendida o están muy afectadas por algún tipo de colapso socio-cultural, las ideologías hegemónicas suelen tener menos fundamentos teórico-abstractos y se afincan en criterios identitarios o formulaciones técnicas procedimentales.
Cuando la visión de lo político se afianza en razones exclusivamente identitarias, es decir, en la pertenencia colectiva a una clase social, a un grupo cultural, o a una confesión religiosa, etc., el reduccionismo suele utilizarse como un elemento justificador de las acciones públicas identitarias. Esto propicia el surgimiento de una retórica excluyente y refractaria, que pone énfasis en el conflicto y en la legitimación en el uso de diversos tipos de violencia. Si lo grupos en conflicto político asumen banderas de afirmación identitaria, las posibilidades de un choque entre colectivos identitarios se tornan más peligrosa.
Las crisis del entendimiento integral
En la medida que el reduccionismo, el determinismo y las ideologías identitarias se retroalimentan, la disposición a aceptar una cuestión de hecho, la pluralidad del mundos social y cultural, se reduce drásticamente. La mente que asume el principio de identidad gregaria, como un valor absoluto, está poco dispuesta a reconocer la pluralidad de valores y hábitos que animan a las distintas comunidades humanas. Pero donde esta confluencia – reduccionismo, determinismo, identitarismo- adquiere una grave repercusión es en el ámbito académico. Pues conduce a formular aseveraciones poco críticas como “creer” que determinados sujetos individuales, “encarnan” o “simbolizan” la historia o que la “la historia” tiene un “destino manifiesto” para un grupo específico. Así, se forman prejuicios generalizadores; donde las otras agrupaciones sociales o culturales “representan” el “mal”. Cayéndose en un peligrosísimo reduccionismo de implicancias morales: considerar que alguien es “bueno” o “malo”, “justo” o “injusto”, por su origen social, racial, cultural o por sus creencias. Sin tomar en cuenta que, en el ámbito moral, son las decisiones personales, en medio de circunstancias específicas, las que, finalmente, traen consecuencias sobre la vida de los otros.
Esta tendencia, no quedó circunscrita en el ámbito académico. Tuvo diversas repercusiones sobre la formación de la opinión pública, en diferentes estratos. Víctimas del dominio de perspectivas reduccionistas, deterministas y en medio de un creciente identitarismo social y cultural, se ido cimentado una de las causas de la crisis del entendimiento que nos aqueja. Este tipo de problema, manifiestamente complejo, no puede ser resuelto- solamente- desde la ciencia teórica o desde procedimientos legales. Su resolución se encuentra en el espacio ético y en la voluntad moral de establecer un diálogo consensuado sobre mínimos. Nuevamente, en los sujetos, descansa la responsabilidad de querer vivir mejor o peor.
Artículo publicado en la Revista Ideele N°298. Junio-Julio 2021
Sobre el autor:
Ricardo L. Falla Carrillo
Jefe del Departamento de Filosofía y Teología de la UARM