La triste virulencia de la última campaña electoral, nos debe servir para repensar los ideales que podrían iluminar nuestro bicentenario republicano, tomando en cuenta nuestra historia general y el sentido de la misma.
¿Cuál debería ser el sentido del bicentenario? A nuestro juicio, inaugurar la "era de la reconciliación". Este eventual período, nacido de la mayor voluntad ético política, tendría como objetivo crear las bases para el encuentro entre el Perú ancestral y nativo con el Perú occidental y criollo.
Es evidente que la independencia del 1821 no incluyó al Perú nativo en el proyecto republicano. La élite oligárquica criolla, que heredó el poder virreinal, carecía de los criterios éticos para incluir al Perú aborigen en la construcción de una ciudadanía compartida. Esta exclusión generó dolor y sufrimiento a varias generaciones de peruanos. Sin embargo, por innumerables acciones y razones, es algo que ha ido cambiando en las últimas décadas. Pero es claro que todavía se presenta como una tarea pendiente.
También es evidente que algunos desarrollaron prejuicios contra el Perú criollo, creyendo que todos los pertenecientes al lado occidental del país, tenían una perspectiva excluyente. Bajo este prejuicio, algunos asumieron que los criollos no eran "auténticos" peruanos, pues descendían de los conquistadores. Lo cierto es que el Perú criollo es muy heterogéneo. Y su conformación es tan diversa como la del Perú ancestral y nativo.
Los prejuicios y las perspectivas superficiales de algunos, nos pueden llevar a una situación de violencia insospechada. Sin embargo, no debemos olvidar que ambos Perú han tendido puentes culturales por centenarias generaciones. En efecto, existen innumerables evidencias de encuentros, que forjaron tradiciones mestizas que pueden servir de guía para reconciliar a nuestras dos mitades.
La reconciliación del Perú sería el mayor acto de voluntad ético política. Pero, antes, debemos aceptar varios hechos irrefutables. El sufrimiento y la exclusión de innumerables generaciones de peruanos nativos, las pavorosas deficiencias republicanas y el aporte del Perú criollo- occidental a la conformación histórica del Perú. Empero, para ello, es preciso entendernos en nuestras identidades y aceptar nuestras diferencias. Aceptarlas de buen grado, sin asimilaciones ni imposiciones de ningún tipo. Somos diferentes y podemos vivir juntos.
Se nos está dando una gran oportunidad para reconciliar a nuestras dos mitades. Y, desde el encuentro fraterno, realizar la promesa de la vida peruana. Tenemos la posibilidad de caminar por dos civilizaciones y esa es una enorme fortaleza.
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Sobre el autor:
Ricardo L. Falla Carrillo
Jefe del Departamento de Filosofía y Teología de la UARM