Aunque habitamos un mismo planeta, vivimos en dos mundos enfrentados. Lo que es importante en uno, es banal en el otro. La verdad en uno es mentira en el otro. El éxito en uno es fracaso en el otro.
El mundo donde yo vivo es minoritario. Las gentes indígenas y las personas muy jóvenes destacan; pero nadie sobra. El otro mundo tiene casi ocho mil millones de habitantes. Cuando los dos mundos se encuentran (es cada vez más frecuente), es como si materia y antimateria colisionaran. En estos choques, podemos caer en desgracia, ser hechos prisioneros y hasta asesinados. (La gente de mi mundo vive tentada de pasarse al otro).
Pero somos testigos de los mares contaminados, de las gentes envenenadas con pesticidas, de los bosques incendiados, y nos indignamos. ¿Por qué pasa esto? Queremos cambiarlo. Sabemos, más allá de toda duda, que un mundo reunido, más justo y sano es posible.
Pero hay grandes obstáculos. La gente del mundo mayoritario cree firmemente que su felicidad depende de la variedad y el tamaño de sus compras. La gente y las cosas valen en la medida que puedan comercializarse. La civilización consiste en una incesante ampliación de la oferta de mercaderías, sostenida por una insaciable demanda de recursos naturales, que provoca los males ambientales.
En ese mundo, donde conviven los más ricos y los más desamparados, se pretende que la felicidad depende de un acto individual y voluntario. Mantenerse optimista y positivo es casi una obligación moral, independiente de las circunstancias. Así, se culpa al mal pagado de su pobreza; al marginado, de su alienación; a la mujer golpeada, de propiciar la violencia recibida.
Se adora al signo “+”, sin equilibrios. El éxito consiste en más dinero para comprar más cosas cada vez más caras. Más rapidez, más potencia y más fama. La gente se somete a cirugías para tener más cabello, más nalgas.
Aunque la riqueza es obtenida cooperativamente (no existe otra manera), la mayor parte queda en pocas manos; y las personas deben arrebatarse trozos y migajas. Como la mayoría pierde, se les culpa (no son “competitivos”), aunque la lotería es fraudulenta.
Como en todo casino, sin embargo, siempre habrá algo para distraerse. En ese mundo, las mejores ganancias provienen de proveer espectáculos y estupefacientes para personas que encuentran en la contemplación empática del universo muy poca complacencia. Mientras les hipnotizan sus pantallas de distracción masiva, los mares, el aire, los glaciares, las abejas, su capacidad de actuar críticamente y todo lo que importa les son arrebatados.
En ese mundo “libre”, la gente vive aterrada de la otra gente, de verse postergada, de envejecer, del silencio que invita a reflexión, de la naturaleza indómita y salvaje.
A veces pienso en los mundos encontrados de los mamíferos y los dinosaurios. Y en el meteorito que acabó con unos y abrió camino al auge de los otros. Cayó fortuitamente, del espacio. Pero el cataclismo de nuestros tiempos, que quizá resolverá la contradicción entre nuestros dos mundos, habrá sido fabricado por seres humanos, para seres humanos.
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Sobre el autor:
Ernesto F. Ráez Luna
Docente de la carrera de Economía y Gestión Ambiental de la Universidad Antonio Ruiz de Montoya.