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6 agosto, 2019

[Artículo RPP] Rafael Fernández, SJ: Jean-Louis Chrétien

Nuestros politicos tienen mucho que aprender de la sensibilidad y la hopitalidad de Jean-Louis Chrétien. Este filósofo francés sabía que, a través del ejercicio de la palabra, podemos demostrar y ser transparentes. Sin embargo, hoy vemos cómo la palabra se usa para conseguir una cuota adicional de poder.

El 28 de junio último, a los 66 años, falleció en París uno de los filósofos franceses más importantes del presente siglo: Jean-Louis Chrétien. Se le conoce poco en lengua castellana pese a que, por lo menos, tres de sus libros han sido traducidos al español: La mirada del amor; Lo inolvidable y lo inesperado; y, La llamada y la respuesta. Además de filósofo destacó como poeta y a esto se debe que algunas de sus poesías figuren en la Antología de la poesía francesa de la célebre biblioteca de la Pléiade.

Su interés filosófico estaba centrado en la fenomenología, arte filosófico que consiste en describir el mundo (y todo lo que ocurre en él) en lo que mejor lo caracteriza. Penetraba en aquello que tenemos delante para expresarlo con la mayor justicia posible. En sus exequias, otro grande de la filosofía, Jean-Luc Marion señalaba que “por su gran sensibilidad era capaz de tener acceso a las cosas mismas; a los fenómenos que la mayor parte del tiempo están enmascarados o confusos para los espíritus más ordinarios que el suyo”. Convertido a la religión católica entre los 25 y 28 años, se consagró especialmente a explorar los arcanos de la lengua y de la palabra. varios de los títulos de sus libros lo señalan con elocuencia. 

La introducción a su libro El arca de la palabra comienza de este modo: “¿Hasta dónde llega nuestra hospitalidad? ¿Hasta dónde puede llegar? ¿En qué podemos acoger y reunirnos, y cómo? La hospitalidad es, ante todo, la hospitalidad que nos brindamos mutuamente, intercambiando palabras y silencios, miradas y voces. Y, sin embargo, esta conversación no puede tener lugar en un vacío: es el mundo, este mundo que nunca dejamos de compartir, entre nosotros mismos, pero también con otras formas de presencia, la presencia de animales, de vegetales, de cosas. En nuestro discurso, somos igualmente responsables de ellos, al igual que respondemos a ellos”.

Solo este párrafo permite descubrir la sensibilidad de un autor que sabía que a través de la palabra nos jugamos las cosas más relevantes de nuestra vida. Este intercambio de palabras se da sobre la base de una capacidad que nos distingue, la hospitalidad; la posibilidad de acogernos mutuamente. Claro, con excepción del mundo de la política en el que la palabra adquiere ribetes de sinsentido porque no busca mostrar y ser transparente, sino ocultar o obstruir por si acaso se pueda conseguir así alguna cuota adicional de poder.

Si ponderáramos un poco más el efecto de las palabras y el sentido que ellas se reservan tendríamos además en nuestra vida de todos los días un cuidado mayor por lo que sale de nuestra boca. Sabríamos que cada palabra compromete nuestra vida no solo porque hace ver quiénes somos, sino qué visión del mundo queremos transmitir a los demás. Nuestros actos lingüísticos no están solo para intercambiar información sobre el clima y el frío, sino para compenetrarnos como especie que busca trascender. Ojalá que la política que recurre a la descalificación dejara de balbucir como el infante y reconociera en el ejercicio de la palabra la dimensión de acogida por la que nos llamamos seres humanos.

Artículo publicado en RPP.pe

Sobre el autor:

Rafael Fernández Hart, SJ.

Docente principal de la Escuela de Filosofía de la Universidad Antonio Ruiz de Montoya

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