La perspectiva científica es abierta y multidisciplinaria. Toma en cuenta la complejidad de los procesos humanos y naturales. En cambio, la visión técnico-operativa enfatiza en los procedimientos de aplicación repetitiva ¿Por qué a pesar de la abultada evidencia se mantiene en nuestro medio el dogma tecnicista? ¿Somos conscientes de los perjuicios que ha generado?
La racionalidad técnica es muy útil, pero su margen de acción es restringida. Es útil si debemos resolver un problema específico, utilizando los medios adaptados a la situación donde surge la dificultad. Pero limitado, si estamos ante un problema complejo (que implica varias causas y múltiples consecuencias). Por ejemplo, el gravísimo problema de tránsito vehicular limeño, no puede ser resuelto solo desde una perspectiva técnica operativa. Porque solo tomaría en cuenta algunos factores, estableciendo soluciones fragmentarias e ineficientes ante la magnitud del desafío. El problema del transporte requiere una visión que articule la diversidad de elementos que lo generan: causas históricas, características culturales, formas de organización urbana, motivaciones económicas y, claro, los elementos ingenieriles. Por lo tanto, la solución es sistémica, interdisciplinaria e incluye, ciertamente, varios aspectos ético-políticos.
Es evidente que los problemas complejos requieren soluciones complejas. Y esa complejidad resolutiva implica un pensar complejo, abstracto y teórico. Es decir, concebir el mundo social y ámbito natural como un sistema de elementos vinculados. Muchas veces, un inconveniente parece específico o concreto, pero, hurgando reflexivamente, nos damos cuenta que el problema es sistémico y posee múltiples aristas en sus orígenes y efectos. Es ahí cuando es necesaria una visión amplia de la realidad, que supera la operatividad técnica.
La pregunta es obvia ¿Dónde y cómo formar a quienes se les encarga las soluciones de los problemas complejos que aquejan a una sociedad? La respuesta es clara y contundente: en universidades que privilegien una formación general en ciencias y en humanidades. En efecto, la rigurosidad científica que incluye el pensar metódico y axiomático y la profundidad humanista que agrupa el estudio de la cultura, de la sociedad y del pensamiento crítico, posibilita la formación mentalidades teórico-sistemáticas que entienden la magnitud de los problemas y son capaces de desarrollar soluciones creativas, adaptadas a las dificultades reales.
Lamentablemente, en nuestro medio aún persiste la cada vez más obsoleta (por su real ineficacia) perspectiva técnico-operativa. Esta perspectiva fragmentaria, aísla los hechos sin tomar en cuenta sus causas sistemáticas y ofrece soluciones específicas sin percatarse en sus consecuencias integrales. Por su naturaleza, las soluciones de la práctica técnico-operativa no pueden universalizarse, cuando esto ocurre, el resultado es devastador porque en vez de resolver problemas, los multiplica en el mediano y largo plazo. Y las evidencias son abrumadoras en el ámbito económico, en la gestión de procesos privados, en la administración de lo público, en la naturaleza, en los servicios de diverso alcance, entre otros ámbitos.
En cambio, la perspectiva teórico- sistémica se nutre del mundo concreto, pero toma cuenta su real complejidad. Pone énfasis en la diversidad de causas que forman problemas sociales y expone soluciones contextualizadas a partir del estudio de lo particular. Por ello, la universidad peruana, si busca ser una institución al servicio del bien común, debe ir dando los pasos para superar el paradigma técnico-operativo, que no se sostiene, bajo ningún principio, en una racionalidad crítica y científica.
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Sobre el autor:
Ricardo L. Falla Carrillo
Jefe del Departamento de Filosofía y Teología de la UARM