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23 marzo, 2020

[Artículo RPP] Ricardo L. Falla: Confinamiento

Días de reclusión. Restricción de la libertad de movimiento. El bien común nos impone las necesarias limitaciones. La esperanza porque esto termine. Pero, ¿en qué acabará esta situación? ¿Cambiarán nuestras vidas después de esto?

Cualquier vistazo a las páginas de la prensa del mundo nos hacen reafirmar lo obvio: se acerca a una “Gran Recesión”. Por ello, diversas naciones –según sus capacidades financieras– están estableciendo políticas contracíclicas para reducir el impacto socioeconómico del confinamiento global. Esto es algo que debemos tomar muy en serio.

El modelo económico actual se había edificado sobre la certeza que la interdependencia global, a pesar de sus dificultades, era el motor de los procesos sociales, productivos y culturales. Esta interdependencia, fue acelerada por las tecnologías de la información y del procesamiento de datos. Al extremo que el acceso a los datos se convertía en la fuente del conocimiento para la gestión pública y privada. Así, el “dataismo” del que habla Harari, es la piedra angular de la escena contemporánea.

Creamos un mundo de datos que nos llevaba a tomar infinitas decisiones día tras día, desde lo más general a lo más inmediato. Pero olvidamos que los datos si son absolutizados pueden esconder realidades. Es decir, nos fiamos más en la información que en el escrutinio de la realidad. De alguna forma nos encontrábamos confinados en una enorme nube de datos y no teníamos el modo se acerarnos a lo concreto.

Pero de golpe llegó el COVID-19 y nos llevó a percatarnos que estamos expuestos a una infección respiratoria ocasionada por uno de los seres más sencillos de la escala biológica: un virus. Un virus que nos encierra a todos y que nos devuelve a tener en cuenta que somos seres vivos, expuestos a una posible muerte. Descubrimos lo concreto, lo inmediato.

La transmisión persona a persona de un virus nos lleva a pensar que somos profundamente humanos a pesar de la enorme nube de datos en la que nos movilizamos. Y que justamente la interacción con el infectado es la que nos enferma. Para evitar el contagio no hay ninguna aplicación informática ¿Qué nos queda? El confinamiento.

Esta cuarentena nos lleva a la realidad. Nos lleva a darnos cuenta que tras los datos, solo tenemos 685 camas para cuidados intensivos. Nos lleva a darnos cuenta que el 70 % de la PEA es informal, es decir, de empleos o autoempleos precarios. Y que esa precarización evidencia el síntoma de un fracaso mayor que hay que evaluar con honestidad. Y, sobre todo, que habíamos abandonado la posibilidad de construir un “estado de bienestar”, con una seguridad social eficaz, educación ciudadana colaborativa y derechos laborales extendidos.

Estamos encerrados físicamente. Pero estuvimos confinados, sin darnos cuenta, en una enorme nube de datos. En imágenes subidas y bajadas que escondían los verdaderos problemas de nuestras sociedades. La “caverna” de Platón tenía una nueva recreación. Los genios no se equivocan. Los datos absolutos fueron nuestra caverna.

Para superar esto no hay libros de autoayuda que nos sirvan. Ni discursos motivacionales de mercadotecnia barata. El COVID-19 nos ha llevado a la realidad a todos, de golpe, a la fuerza. Como siempre, lo que importa es el bien del ser humano. Y es el momento de preocuparnos por él.

 

Artículo publicado en RPP.pe

Sobre el autor:

Ricardo L. Falla Carrillo

Jefe del Departamento de Filosofía y Teología de la UARM

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