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4 mayo, 2023

[Artículo Ideele] Arturo Sulca: De perros, fronteras y trincheras

Una mañana, mientras corría alrededor del parque de mi barrio, observaba con mucha atención a los perros que eran paseados por algunos vecinos muy temprano. A veces se encontraban uno con otro en la misma vereda o en el mismo sector del pasto e inmediatamente pretendían defender ese trozo de suelo que su instinto consideraba suyo: rabiosamente cada uno ladraba y gruñía al otro perro, mostraban sus filudos dientes y buscaba atacar al otro. Estas escenas me hicieron recordar de inmediato varios comportamientos humanos. Lo simpático de los perros es que esa cólera que explota en un momento se disipa relativamente rápido y luego no sufren por ello ni propician el sufrimiento a otros perros por eso mismo. ¿Sabiduría espontánea de los perros de la que solemos carecer los humanos?

El territorio que defienden los perros no es suyo ni es de nadie. Pero se puede comprender este tipo de reacciones en ellos pues están muy gobernados por el instinto de supervivencia (a pesar de que también son seres dulces y tiernos, claro). En todo caso, los perros no han desarrollado el concepto de propiedad privada (individual o colectiva) como para pretender darle una justificación a una fantasía.

¿No son acaso igual de absurdas y violentas -las más de las veces- esas defensas que de “su” territorio hacen los seres humanos? Estas demarcaciones entre las porciones de tierra “propias” y las “ajenas” se presentan por medio de fronteras: fronteras entre países, entre religiones, entre familias, entre culturas, entre disciplinas científicas o artísticas, fronteras también entre individuos. Fronteras que las más de las veces parecen trincheras. A diferencia de los perros, frecuentemente los seres humanos guardamos (por años, inclusive) odios, rencores, resentimientos, ira, cólera y demás muestras de la negatividad emocional o sentimental, que nos hacen sufrir o con las que provocamos las condiciones para el sufrimiento de otras personas y el dolor de otros seres vivos.

Lo más extraño es que usualmente los seres humanos se sienten orgullosos por el desarrollo de esta locura del ego individual o colectivo. Las fronteras de cualquier tipo implican una desarmonía artificial fundamental entre los individuos o entre los grupos que lleva a dañar al otro porque se cree que el territorio es algo de lo que depende nuestra vida, nuestra dicha y nuestra realización. Pero no hay nada más falso que eso: la felicidad, la alegría de existir y el gozo de vivir solo se encuentran dentro de cada uno de nosotros, y no son arrebatables por la realidad exterior. Por el contrario, los estados de bienestar interior son los que generan la posibilidad de bienestar exterior tanto personal como común. Si nuestros conocimientos científicos, nuestra tecnología y nuestra gestión social no son muy sofisticadas, será nuestra supervivencia lo que dependa en buena cuenta de los recursos que emanan del territorio. Pero en ningún caso será nuestra vida la que dependa de lo que dé o deje de dar tal o cual territorio. Más aún, los conflictos entre individuos y entre grupos advendrán si sometemos a otros so pretexto del territorio, si nos confrontamos con otros so pretexto del territorio, si competimos con otros so pretexto del territorio o si excluimos a otros so pretexto del territorio… En cualquier caso, el quid del conflicto reside en el sometimiento, la confrontación, la competencia o la exclusión como paradigmas ineficientes para el manejo de las relaciones humanas que pueden tomar como pretexto razones presuntamente poderosas.

¿Estamos abiertos a aceptar que la dicha y la armonía solo parten de nuestro interior mental y emocional hacia afuera?

La demarcación de fronteras expresa el profundo miedo de los humanos frente a la fantasía de que me arrebatarán esto que creo que me podría traer la prosperidad, la abundancia o la riqueza. En otras palabras, el establecimiento de fronteras es una mentira egoica que fortalece la creencia de que lo esencial de la vida es el tener: tener un pedazo de tierra, tener una pareja, tener una empresa, tener fama, tener prestigio, tener una iglesia, tener un carro, etc. Con las fronteras se busca que, luego de tener las cosas, se las pueda retener. La ilusión de que las propiedades aseguran algo de felicidad en la vida es lo que subyace a esta mentalidad. Pero nada asegura nada en la permanente impermanencia de las formas en el cosmos. Todos los días aparecen y desaparecen diferentes formas de organización de la materia, de la energía y de la información en el universo, pero la materia, la energía y la información cósmicas son eternas y están en eterna transformación.

Así, no existe diferencia absoluta entre lo propio y lo ajeno. Todos somos gotas de agua con diferentes funciones, pero idénticamente perfectas en el gran océano del cosmos. El aferramiento a la propiedad privada es tan solo un producto del ego humano basado en el temor, la desconfianza y la inseguridad interior. No contribuye a la convivencia pacífica el privar a otro de lo “mío” o el que otros me priven de lo “suyo”. Recordemos: tanto en el universo como en lo humano, todo está entrelazado, todo está interconectado. No hay nada exclusivo de nadie, lo que no autoriza a nadie faltar el respeto a los demás. La privación al otro de disfrutar de “mi” propiedad se basa en una reacción agresivo-defensiva frente a un ataque (real o imaginario) del otro contra “lo mío”. Me apego tanto a esa propiedad o propiedades, pues supongo ellas le dotan de sentido a mi vida y cada vez más de separo de los demás, genero conflicto con ellos y, por consiguiente, sufro. Esto ocurre tanto a nivel personal como a nivel colectivo.

Podemos librarnos de cualquier frontera ahora mismo si las desaparecemos de nuestras mentes y de nuestros corazones. Es cuestión de asumir que toda frontera (interpersonal o intergrupal) es imaginaria y que se trata de una interpretación muy sesgada de la vida y del universo. No hay motivo para temer perder lo que no nos pertenece pero que nos ha sido dado por la vida en abundancia en el universo para disfrutarlo. No hay el Perú ni Chile ni Venezuela ni Estados Unidos ni Cuba… No hay los cristianos versus los musulmanes o versus los judíos. No hay los blancos, los indios, los negros… No hay Apple ni Microsoft ni Huawei… Todos son conceptos humanos que solo existen en nuestras mentes y que podemos usarlos para una vida en común sana, armónica y pacífica, o para coexistencias dolorosas, conflictivas y violentas. En todo caso, cada uno de nosotros cuenta con la posibilidad de trascender esas restricciones mentales generadas desde antiguos sistemas de creencias que intentan consolidar la división entre todos los seres vivientes del planeta (y del universo).

¿Estamos dispuestos a acoger la bella incertidumbre de la vida? ¿Estamos abiertos a aceptar que la dicha y la armonía solo parten de nuestro interior mental y emocional hacia afuera? ¿Estamos dispuestos a aprender a no sufrir, a no reaccionar impulsivamente y a no privar a los demás de nuestra capacidad de servicio? Quizás esta sea la mejor manera de dejar de sobrevivir entre violencia, destrucción y enfermedad. Tal vez esta sea la mejor forma de transcender el reino animal e ingresar, por fin, al reino humano.

Artículo Publicado en Revista Ideele N° 309

Sobre el autor:

Arturo Sulca Muñoz

Especialista en Estudios Culturales de la unidad de Formación Continua de la Universidad Antonio Ruiz de Montoya (UARM).

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