Este 2023 se cumplen ciento cincuenta años del nacimiento del compositor ruso Sergei Rachmaninov, creador de uno de los más importantes repertorios y ciclos para piano y uno de los últimos representantes de la importante tradición musical romántica. Sirva este texto para ponderar su obra.
En un sentido general, los historiadores de la música suelen considerar que el romanticismo tuvo su origen en las obras del periodo “revolucionario” de Beethoven (alrededor de 1800) y culminó con la muerte de Sergei Rachmaninov. Un siglo y medio en el que los sentimientos y las emociones fueron los “lentes” culturales desde los cuales se concibió la práctica composicional. La consecuencia de esta característica romántica es que los compositores convirtieron a la música en un vehículo de autoexpresión. Y, por lo tanto, le confirieron mayor importancia a la narración melódica que enfatice la subjetividad, que a otros elementos de la música.
Por cuestiones que serían muy amplias de explicar, los contextos culturales que permitieron la aparición de la cultura artística romántica fueron reduciendo su presencia. Y el “paraíso mecánico” (expresión de Robert Hughes), favoreció las condiciones para la emergencia de una nueva sensibilidad artística. Así, lo romántico cedió su lugar a las prevanguardias y vanguardias. Todo ello ocurrió a fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX, justo cuando Sergei Rachmaninov iniciaba su actividad creadora.
Nacido en abril de 1873, en una pequeña ciudad rusa – Staraya-, Rachmaninov fue un niño prodigio, crecido en un hogar de músicos. Apoyado por su familia, empezó sus estudios en el Conservatorio de Moscú, una de las academias más importantes del mundo, donde se han formado una pléyade de músicos que sería imposible de enumerar. En 1892 se gradúa con honores y empieza su labor como compositor con obras de relativo interés, cuyo punto final fue su sinfonía n.1 en re menor, Op. 13, compuesta en 1895 y estrenada en 1897. La recepción hostil hacia esta obra llevó al joven Rachmaninov a un severo cuadro de depresión. Esta situación psicológica se mantuvo por varios años, hasta que el doctor Nikolái Dahl, psiquiatra y académico, le ayudó a salir del cuadro depresivo, haciendo que la música sea el vehículo de superación. En agradecimiento a su médico, Rachmaninov le dedicó su obra más conocida, el concierto para piano n.º 2 Op. 18 en do menor, estrenado en 1901. Composición que manifiesta una clara lucha entre la esperanza y desesperanza, con una contundencia melódica pocas veces logradas. El segundo movimiento, Adagio sostenuto, es uno de los momentos más inspirados de la obra de Rachmaninov.
La fama que le proporcionó esta obra para piano permitió que Rachmaninov obtuviera reconocimiento internacional y, asimismo, le proporcionó un sano equilibrio emocional para contrarrestar las tendencias depresivas que le acompañaron a lo largo de su vida. Luego de algunas vicisitudes legales, el músico ruso se casó con su prima Natalia Satina, lo que le dio una mayor tranquilidad para enfocarse en su exitosa carrera como pianista, director y compositor. En esa primera década del siglo XX, Rachmaninov compuso varias obras de primer orden, entre las que se destacan, el poema sinfónico “La isla de los muertos, Op. 29”, la Sinfonía n.º 2 en mi menor, Op. 27 y, sobre todo, la obra que consideramos su mayor contribución a la historia de la música: concierto para piano n.º 3 en re menor, opus 30. En esta composición fue estrenada en Nueva York en dos oportunidades durante 1909, con Rachmaninov al piano. Siendo el segundo estreno, bajo la dirección de Gustav Mahler (otro de los grandes compositores del romanticismo tardío). Realmente, ver Rachmaninov tocar este concierto con Mahler dirigiéndolo, debe haber sido una experiencia inigualable. El tercer concierto para piano de Rachmaninov es de una complejidad asombrosa y posee innumerables momentos de la mejor música compuesta para este instrumento.
Como es sabido, Rachmaninov intentó adaptarse a la estética musical que se empezó a consolidar después de los años veinte del siglo pasado, dirigida a la experimentación sonora, bajo nuevos supuestos formales. Estos adecuamientos fueron eficaces, pero no esenciales. Pues el gran compositor ruso fue uno de los últimos grades representantes del romanticismo, realizando lo que sabía hacer bien: componer melodías conmovedoras y arriesgadas, como la rapsodia sobre un tema de Paganini en La menor, op. 43. Sergei Rachmaninov murió en 1943, en los Estados Unidos, el país que lo acogió en sus últimos años, donde recibió una gran aceptación. Su obra le pertenece a la humanidad.
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Sobre el autor:
Ricardo L. Falla Carrillo
Jefe del Departamento de Filosofía y Teología de la UARM