La Mesa redonda Crítica y Progreso Social, organizada por El Talón de Aquiles de la PUCP y la Escuela de Filosofía de la UARM, convocó a filósofos del campo de la Teoría Crítica para analizar la noción de progreso y sus implicancias en diferentes ámbitos del quehacer humano como el arte, la cultura, el conocimiento y la técnicas. Desde diferentes autores, plantearon la necesidad de una discusión sobre la sociedad de masas y el devenir de la humanidad. Enfatizaron que el progreso no se vincula solo a consensos que afirmen que estamos mejor que décadas atrás o a una crítica sin ningún criterio.
Gianfranco Casuso, profesor e investigador del Departamento Académico de Humanidades de la PUCP, explicó que el progreso no se puede evaluar únicamente por el resultado o el grado de libertad obtenido por la abolición o instauración de una determinada práctica o institución, ya que estas suelen dar lugar a múltiples prácticas parasitarias, que lejos de solucionar definitivamente el problema original lo difuminan y lo reencauzan. Por ejemplo, la abolición formal de la esclavitud dio lugar a distintas formas de neoesclavitud más sutiles y cuasilegales (la explotación en el servicio doméstico y el trabajo infantil).
“Difícilmente puede decirse que la situación general haya mejorado, a lo mucho habrá mejorado para algunos grupos, pero también ha empeorado para muchos otros”, expresó. La metaética no evalúa resultados concretos, sino el proceso mismo. En ese sentido, puede hablarse de progreso cognitivo cuando los actores no tengan obstáculos ni para descubrir conceptos discordantes que los afectan en su autorrealización ni para revisar inferencias que se ha revelado como inadecuadas.
Soledad Escalante, profesora principal de la Escuela de Filosofía de la Ruiz, planteó la reflexión sobre la obra de arte en la época de reproductibilidad técnica. Hizo referencia a Walter Benjamin quien identifica el aura como el carácter único e irrepetible de una obra de arte. Hoy se ha perdido el aura y mucho de ello se debe a la tecnología que atrofia la imaginación y la espontaneidad del sujeto. Theodor Adorno denuncia la falta de crítica en el ser humano, el arte en manos de la ciencia pierde su capacidad crítica.
La industria cultural ha realizado pérfidamente al hombre como ser genérico. Cada uno es, cada vez más, solo aquello por lo cual puede sustituir al otro: algo perecedero, un mero ejemplar. Él mismo, en cuanto individuo, es absolutamente sustituible, una pura nada. Se cumple lo que el filósofo alemán Hegel expresó “el individuo se vuelve totalmente sustituible”. Esto lleva a que la sociedad de masas sea opresora porque si no formas parte del sistema eres un marginado.
Sebastián León, filósofo de la PUCP, reflexionó sobre la paradoja de la modernidad expuesta por Theodor Adorno y Horkheimer. Mientras más se amplifique las capacidades técnicas del ser humano supone que habría más libertad. Entonces, la promesa es aumentar el dominio técnico con el supuesto de emancipar a los seres humanos, sin embargo, en la realidad, esto lleva eventualmente a un dominio e instrumentalización entre los propios seres humanos. La racionalidad del ser humano se muestra, sobre todo, instrumental.
Contrastó estas premisas con los planteamientos de los filósofos Foucault y Habermas, quienes proponen superar esta aporía teniendo en cuenta una mirada histórica no lineal ni aleatoria, sino a través de procesos que tienen continuidades y discontinuidades. Bajo esta mirada el desarrollo de las capacidades técnicas pueden tener repercusiones tanto negativas y positivas.