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27 febrero, 2024

[Artículo RPP] Ricardo Falla: El último ocaso de una hegemonía

Nos dirigimos hacia un mundo posoccidental. Es decir, un orbe en el que los intereses y valores de occidente se van diluyendo ante la emergencia y consolidación de nuevos liderazgos globales, con sistemas de creencias distintos, y que están a un paso de mover la historia mundial hacia nuevos caminos. ¿Cómo asumir esta situación naciente?

Desde el siglo XV hasta el siglo XX, la civilización occidental se expandió por el mundo. Sus sistemas políticos, sistemas económicos, sus religiones, su filosofía, su ciencia, sus valores, sus lenguas, etc., configuraron gran parte de lo que llamamos “humanidad”. De alguna manera, lo que entendemos como “planeta tierra” y su arquitectura continental en términos geopolíticos, se concibió desde occidente. Sin embargo, en la medida que el siglo XXI va consolidando la nueva escena contemporánea, la hegemonía de occidente y sus valores característicos, son cada vez es más limitados, incluso, varias naciones de occidente experimentan procesos de mutación que se alejan de lo “tradicionalmente occidental”.

Sin proponérselo, occidente creó las condiciones para su propio ocaso. En efecto, la globalización económica capitalista, que implicó el traslado de ciencia y tecnología a todas las periferias del mundo, terminó por darles armas a los potenciales adversarios de occidente. En diferentes partes del orbe emergieron elites políticas e intelectuales, que empezaron a cuestionar los efectos de la hegemonía occidental. Y luego de revoluciones políticas de carácter identitario, con mayor o menor fortuna, pudieron establecer sus propósitos de país al margen de las metrópolis occidentales. Dichos procesos de liberación se iniciaron a comienzos del siglo XIX en América Latina y llegaron a su fin hacia la tercera parte del siglo XX, en África y Asia.

Tras las emancipaciones, surgieron estados nacionales. Muchos de los cuales quedaron como experiencias truncas e inciertas; con grandes fracturas sociales, limitadas ciudadanías, sin capacidades científico-tecnológicas y con hibridaciones culturales teratológicas.  Varias de estas naciones, dependientes y desestructuradas, son actores secundarios o terciaros de la trama global actual. Y es probable que se mantengan en dicha condición por un tiempo indefinido. Sin embargo, hay un grupo de países, que, por causas muy específicas, lograron establecer sus propios propósitos de país y fueron dando pasos para superar las condiciones de dependencia colonial.

Es evidente que estas naciones, de las antiguas periferias, han consolidado su autonomía energética, han potenciado sus sistemas del conocimiento, han logrado diversificar su producción industrial y han logrado darles continuidad a sus políticas de estado. Así, desde inicio del siglo XXI, países como China, India, Arabia Saudita, EAU, Irán, Vietnam, Sudáfrica, Nigeria, Brasil, etc., unidos por intereses estratégicos con Rusia, están disputándoles la hegemonía a occidente y a sus aliados. A tal punto que China se encuentra a un paso de superar a los Estados Unidos en supremacía científica, económica, militar y geoestratégica.

Es evidente que las elites de las alianzas occidentales son conscientes del ocaso de su civilización. De este modo, nos encontramos en un mundo multipolar, configurado por alianzas de conveniencias específicas, en el cual la democracia ha devenido en una forma de gobierno instrumental, alejada a los principios éticos que le dieron origen. En este mundo de ejes contrapuestos, algún bloque ocupará el lugar de occidente. En ese escenario, tenemos que establecer cuáles son los intereses del Perú y de qué manera debemos garantizar el bienestar de nuestros conciudadanos. En el ocaso de la hegemonía de occidente debemos repensar nuestra situación como país.

Lea la columna del autor todos los lunes en Rpp.pe

Sobre el autor:

Ricardo L. Falla Carrillo

Jefe del Departamento de Filosofía y Teología de la UARM

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