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17 agosto, 2021

[Artículo] Ricardo L. Falla y Gonzalo Gamio: La necesidad de los “centros políticos”

La necesidad de los “centros políticos”

reflexiones desde la historia y la teoría política

 

1.- La moderación como madurez de lo político.

Con frecuencia, a cada revolución o intento de transformación social radical, ha seguido una contrarrevolución. Reacción que ha sido, a menudo, tan violenta y frontal como el proceso originario. Las causas profundas de estas luchas por la hegemonía, hay que encontrarlas en la condición subyacente a toda sociedad: la pluralidad de visiones del mundo y los intereses grupales inherentes al mismo. Mientras varios sectores pueden anhelar y procurar modificaciones drásticas a una situación que consideran injusta e insostenible, hay otras colectividades que pretenden mantener dicha situación de estabilidad porque les ocasiona beneficios.

Asimismo, al interior de ambas tendencias sociales, muy generales, se pueden encontrar un amplio abanico de posturas religiosas, culturales, ideológicas, políticas, socioeconómicas, etc., que poseen rasgos característicos, que expresan una visión del mundo y formulan una agenda de intereses específicos. Todo ello hace que las sociedades modernas y contemporáneas sean entidades complejas, donde no es posible establecer una idea dominante desde una imposición imperativa.

En una de las revoluciones más relevantes de occidente, la francesa, dos de sus ideólogos e intelectuales más reconocidos, como Nicolás de Condorcet y Olympe de Gouges, plantearon la necesidad de reducir el ímpetu revolucionario, pues podía ocasionar una contrarrevolución reaccionaria que echara por la borda los logros los posibles y reales, dadas las circunstancias históricas y sociales de Francia. Los consejos mesurados de ambos fueron desechados y, finalmente, murieron a manos de la intransigencia jacobina. Condorcet y de Gouges fueron ejemplos de una conciencia crítica que descubre que los radicalismos terminan ocasionando similares pesares a los que se buscaba abolir.

Sin embargo, en muchas ocasiones, los extremismos han desoído las exhortaciones a la mesura; considerándola innecesaria o cómplice de lo que se busca derogar. Así, la moderación política, ha sido acusada de “tibieza, “mediocridad” o “indefinición. Sin reparar que la mesura, por el contrario, busca evitar mayores desastres y, al mismo tiempo, trata de involucrar al mayor número de personas a un proyecto de convivencia compartida. Pues las intenciones políticas moderadas asumen, con realismo, la pluralidad inherente de la sociedad.

El aprendizaje político en la moderación fue producto del gradual descubrimiento de la complejidad del mundo político y económico. Algunos partidarios del socialismo revolucionario, consideraron que la lucha por la justicia social podría tener mejores efectos si se daba al interior de una democracia liberal y en una sociedad abierta al conocimiento crítico. Así, el socialismo, en su madurez moderada, evolucionó hacia la socialdemocracia a fines del siglo XIX. También, al término de aquella centuria, el liberalismo experimentó una evolución similar, en la medida que se tomó en cuenta las desigualdades e injusticias distributivas ocasionadas por el capitalismo en diversos planos. En este caso, el socioliberalismo, fue la madura moderación del liberalismo porque identificaba el máximo de bienestar social con la preservación de las libertades individuales, entiendo que sin derechos sociales el sistema democrático es inviable.

Procesos similares de moderación los experimentaron los movimientos políticos de fundamentos religiosos. Por ejemplo, el socialcristianismo, acusando recibo del pensamiento social católico y evangélico, reunió en sus principios la existencia de un Estado de derecho secular, la búsqueda de justicia distributiva y el rol subsidiario del gobierno en una economía de mercado. Asimismo, el conservadurismo, de origen tradicionalista, experimentó una apertura hacia liberalismo, considerando que la perseverancia de las costumbres no está reñida con las libertades personales. En ese sentido, surgió un liberalismo conservador, que fue moderando el carácter reaccionario del primero,

Ciertamente, estos procesos evolutivos en el discurso político no han sido lineales. En su devenir histórico podemos encontrar un debate apasionado y muchas veces enconado. Pero que, a la larga, ha permitido un descubrimiento fundamental: sin moderación son es posible construir un marco ético y político que permita la convivencia común de sociedad enfáticamente plural como la nuestra. Por estas razones, los centros del espectro político son la garantía de avalar la necesidad de cambios   justos y concertados, sin ocasionar grandes distorsiones sociales, que, a su vez, fomenten procesos reaccionarios, igualmente peligrosos.

Sabemos, por nuestra experiencia histórica, que en el conflicto armado peruano el ímpetu extremista de unos generó una reacción igualmente violenta. Y que, actualmente, podemos asistir a un proceso similar en un nuevo contexto político y cultural.  Asimismo, sabemos gracias al abundante registro histórico que después de cada proceso revolucionario (imposición de una agenda única no plural), ha seguido una contrarrevolución en diversos planos, que desconoce las injusticias que causaron tal revolución. En ese sentido, y considerando que no existen fórmulas universales para evitar el conflicto entre las fuerzas revolucionarias y reaccionarias, es un imperativo ético construir una alianza entre los centros de las izquierdas y de las derechas, que logren concertar una agenda política de reformas sostenibles en el largo plazo y permita el crecimiento económico junto a la reducción sustancial de las desigualdades y de las exclusiones.

2.- La situación de la democracia liberal y nuestro mapa político.

El Perú es un país de contradicciones, qué duda cabe. Nuestro Bicentenario las ha puesto de manifiesto una vez más, en medio de una crisis sanitaria y económica. La promesa de una sociedad de ciudadanos libres e iguales –corazón de la idea liberal de democracia- permanece incumplida. Diversas formas de exclusión social y discriminación constituyen un serio obstáculo para forjar una genuina república entre nosotros. Asimismo, una antigua y poderosa cultura autoritaria socava cualquier forma de autogobierno ciudadano. Los observadores más escépticos consideran que no existen las condiciones sociales ni culturales para la construcción de una verdadera comunidad política.

El escenario político no parece propiciar el fortalecimiento de una cultura política liberal. El mapa ideológico nacional se concentra en dos polos. Por un lado, tenemos una derecha conservadora, que considera que la conducción correcta del Estado implica el cuidado de las tradiciones culturales que vertebran la Nación, así como el reconocimiento de “instituciones tutelares” del país –por lo general las Fuerzas Armadas y la Iglesia católica- que se ocupan de preservar este venerable legado espiritual. En lo económico, el mercado es considerado una esfera más o menos autónoma de producción, consumo e intercambio, pero este conservadurismo no somete a discusión la necesidad de una distribución equitativa de los recursos económicos para beneficio de todos los ciudadanos, en especial los sectores más vulnerables de la sociedad.

En el otro extremo, existe una izquierda radical[1], una perspectiva escasamente autocrítica que asegura estar en posesión del “saber” que establece las leyes que guían el curso necesario de la historia universal, un conjunto de organizaciones que identifica la lucha de clases como la clave de interpretación correcta de la acción social y política. La violencia puede convertirse en un método legítimo de emancipación humana si existen las condiciones “objetivas” para hacer la Revolución. Para este punto de vista –basado fundamentalmente en versiones poco elaboradas del marxismo ortodoxo-, las instituciones políticas, el derecho, la religión y las artes son meras proyecciones abstractas de los conflictos socioeconómicos. No obstante, en el terreno de la práctica, el Estado debe programar y controlar la economía.

Se trata, por supuesto, de descripciones esquemáticas que describen los lineamientos generales de cada uno de estos polos ideológicos. Ambos tienen en común un cierto rechazo por el pensamiento crítico y una pronunciada simpatía por las políticas autoritarias y las aventuras caudillistas. Asimismo, sus presuposiciones sobre la vida social no son particularmente sensibles al poder del argumento y de la evidencia científica. Ambas perspectivas ideológicas se han rehusado a extraer lecciones de acontecimientos históricos cruciales como la caída del Muro de Berlín o la Globalización; tampoco han puesto a prueba sus conceptos y categorías ante fenómenos cruciales de la civilización moderna como la cultura de los derechos humanos, el multiculturalismo y la secularización. Del mismo modo, han desestimado el enorme valor de movimientos sociales para la protección del ecosistema, la reivindicación de los derechos de las mujeres, la comunidad LGTBIQ, o los pueblos originarios. Diríase que nuestra derecha conservadora y nuestra izquierda radical llevan más de cincuenta años de retraso ante una reflexión ética y política orientada al reconocimiento de los principios de la democracia liberal, la economía de mercado, la ética cívica, el pluralismo y las políticas de derechos como elementos básicos de una cultura de la libertad y de la justicia social.

En esta línea de reflexión, se echa de menos en el Perú la presencia de un centro político y de sus proyecciones tanto hacia la derecha como hacia la izquierda. Necesitamos una derecha liberal y una izquierda progresista, perspectivas que hagan posible la superación de idearios insensatos y autoritarios en favor de una comprensión democrática de la vida común, centrada en el autogobierno ciudadano, la distribución del poder y el respeto de la diversidad al interior de una sociedad compleja. Las posiciones políticas de extrema derecha y de extrema izquierda defienden hoy por hoy agendas claramente desfasadas, si no funestas. El proyecto de restablecer la “autoridad de la tradición” y promover una “síntesis viviente” en una sociedad democrática y pluralista carece de asidero. Por otro lado, predicar un “modelo marxista-leninista”[2] -que ha fracasado allí donde se le impuso- constituye una insensatez, una broma de mal gusto, dado que solo ha producido miseria y opresión en los países en los que se le aplicó.

Los movimientos de centroizquierda y de centroderecha con presencia en el sistema político y en las instituciones de la sociedad han debilitado su protagonismo dada la fragmentación política en la última campaña y los efectos nocivos de la pandemia para la salud y la economía de nuestros compatriotas. No obstante, ante la evidencia de la terrible situación de polarización de los últimos meses y el fortalecimiento de propuestas autoritarias en ambos extremos del espectro político, un sector importante de la ciudadanía exige recuperar la capacidad de discernimiento y buen juicio en la esfera pública. Ello solo será posible si el ciudadano de a pie se moviliza y compromete con tal propósito. Debemos recordar que tanto el gobierno como la oposición firmaron una “Proclama ciudadana”: juraron respetar una serie de valores públicos, principios y procedimientos que sostienen el sistema de derechos y libertades que precisamente son expresión de un consenso democrático.

 

Artículo publicado en la Revista Ideele N°299. Agosto-Setiembre 2021:

 


[1] Que, entre otras características, asume un discurso de confrontación cultural con otras manifestaciones de lo peruano.

[2] La base ideológica del llamado “socialismo realmente existente”.

Sobre el autor:

Ricardo L. Falla Carrillo

Jefe del Departamento de Filosofía y Teología de la UARM

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