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11 marzo, 2019

[Artículo RPP] El arte y las ciencias en nuestra vida diaria: tan cerca, tan lejos

Tomar contacto con la creatividad humana y con el funcionamiento de la naturaleza, eleva la imaginación y nos enseña a asombrarnos por las cuestiones más interesantes. Este texto es una exhortación soñada si nuestros hijos tuviesen masivo y gratuito acceso al arte y a la ciencia.

Por un momento se sueña. En una escuela cualquiera, un grupo de niños y de jóvenes, asisten al concierto didáctico de una pequeña orquesta que interpreta obras del repertorio universal y peruano. Aprenden a reconocer las relaciones entre melodía, armonía y ritmo. Distinguen las intensidades y los tiempos. La vida empieza y termina,  como la música. Pero también, la vida es un ahora perpetuo, como la música. El oído se agudiza, la mente abstrae y el corazón siente. Luego, las alas de imaginación elevaran aquellos entendimientos.

También se sueña con esto. Esos mismos niños y jóvenes, visitan un museo que narra la historia de la tierra, de la humanidad y de los pueblos surgidos en nuestro territorio. El espacio es amplio, iluminado, con innumerables juegos interactivos que ayudan a la feliz comprensión. Al final del paseo por la geología y la antropología física, les espera una espléndida librería y un cuidado jardín botánico. Reconocen la profundidad del tiempo y la labor de la naturaleza para forjar nuestro caminar evolutivo. La mente abstrae y el corazón se asombra. Nuevamente, las alas de la imaginación elevarán aquellas inteligencias.

Niños y jóvenes van a un museo de artes plásticas y visuales. La colección incluye obras internacionales y peruanas. Pinturas, esculturas, grabados, instalaciones, entre otras obras. El transcurrir de los periodos, la evolución de los estilos y los procesos de transculturación están bien explicados. Termina la visita dilatada con un montaje, fruto de la creación colectiva de los mismos visitantes. El ojo se agudiza, la mente relaciona, el corazón de alegra. Siguen las alas de la imaginación desplegadas en pos de la razón que siente.

Igualmente, se fantasea con esto. Los niños y jóvenes se trasladan al planetario de su ciudad. Les muestran el funcionamiento de los telescopios y les permiten manipularlos. Por medio de ellos,  visitan las inmensidades cósmicas. Hay, asimismo, paneles  que narran la historia del universo y del tiempo. Así, las galaxias, los quásares, los pulsares, las supernovas, los planetas y los exoplanetas son mostrados en toda su magnitud. Luego, en la sala central, se apagan las luces. Y el cielo estrellado se muestra sobre sus cabezas. Asombro y más asombro. ¿Qué más liberador puede haber que asumirse pequeño ante la inmensidad del universo?

Además, se ensueña con algo así. Los niños y los jóvenes asisten a una magnífica función teatral. Las actuaciones y los gestos, los conmocionan. Los decorados, distraen por sus detalles. El texto dramatizado los hace vivir las tristezas, las luchas, las alegrías de los otros. De pronto, todos somos parte de una gran escenificación. Al terminar de ver la obra, salen dispuestos a conversar dilatadamente por lo visto. La inteligencia dialógica y la empatía crecen al saberse parte de una entidad mayor: la humanidad. Al volver a casa, sus cuerpos, sus gestos, sus ademanes, se liberan en la espontaneidad que surge de la unión del movimiento y de la palabra.

Nuestros hijos, ahora leen poemas, cuentos y novelas. Luego, irán a un acuario a sumergirse en el mundo acuático. También, asistirán a una función de danza. Y, luego, a un centro de patentes e inventos. No hay límites en la formación de la imaginación y del entendimiento. Estamos alcanzando la plenitud de nuestras facultades humanas. Ahora somos libres.

Uno se pregunta, ¿por qué nuestros niños y jóvenes no tienen acceso fácil y masivo  al mundo del arte y de la ciencia? No es un asunto de recursos, pensamos. Sino de voluntades. Hay algunos, con muncho poder, que no quieren. Los prefieren simplones, rudimentarios y manipulables. No los quieren libres.

Lea la columna del autor todos los lunes en Rpp.pe

Sobre el autor:

Ricardo L. Falla Carrillo

Jefe del Departamento de Filosofía y Teología de la UARM

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