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9 mayo, 2023

[Artículo Stakeholders] Ernesto Ráez: Repensando la biodiversidad

Miremos el cielo nocturno: No hay dos astros iguales. Sus posiciones relativas, sus mutuas influencias y su materia misma cambian a gran velocidad, en todo momento. La diversidad es, pues, inherente al Cosmos.

Pero es entre los organismos vivos, especialmente en las latitudes tropicales del único planeta donde sabemos que existe vida, donde la diversidad cósmica estalla más allá de cualquier manifestación imaginable. La incesante capacidad de la vida de ensayar nuevas formas y desplegar nuevos comportamientos se basa en la naturaleza relacional de los seres vivos y responde a la inevitable sucesión de errores, accidentes y circunstancias imprevistas que constituyen la experiencia de la vida.

Ningún ser vivo es una máquina: Aunque los procesos genéticos establecen pautas robustas para la producción repetida de criaturas saludables, no existen mecanismo perfecto ni garantía de vida. Entre los millones de copias y transcripciones de los mensajes genéticos de todos los días, siempre ocurren accidentes, errores y recombinaciones, de modo que los descendientes resultan distintos a sus progenitores. Y sus destinos son inevitablemente diversos e impredecibles. La omnipresente incertidumbre obliga a los seres vivos a actuar flexiblemente para sobrevivir, y favorece a los organismos que resulten más capaces de superar las sorpresas y los cambios.

La vida es diversa a todas las escalas espacio-temporales, desde moléculas hasta ecosistemas; y en todas sus dimensiones: Cada conjunto de moléculas, cada especie y cada comunidad biológica están constituidos por distintos elementos, organizados en distintas combinaciones, funcionando e interactuando de modos diferentes. Y es justamente en las interacciones entre los seres vivos que encontramos la mayor diversidad y la mayor incertidumbre: unos devoran o son devorados por los otros, unos compiten por alimento, refugio y acceso reproductivo contra otros, y muchos cooperan con otros organismos.

Estos enredos relacionales se han desarrollado durante más de cuatro mil millones de años. Hoy, los seres vivos dependemos vitalmente los unos de los otros. Así, nuestro desarrollo psicosomático y nuestra buena salud dependen de millones de microorganismos que viven en nuestra piel y en el tracto digestivo: el microbioma humano, constituyendo comunidades distintas en cada uno de nosotros. No hay dos microbiomas idénticos. Su reducción o ausencia nos debilita y nos hace vulnerables a lesiones, malestares y enfermedades. No podríamos sobrevivir sin ellos. Tampoco podríamos sobrevivir sin los organismos fotosintéticos que mantienen y reponen una atmósfera rica en oxígeno. Y sufriríamos hambruna sin las bacterias, hongos y animales que establecen asociaciones de mutuo beneficio con las plantas, facilitando la captación de nutrientes y agua de la atmósfera y el suelo, polinizando y propiciando la producción de alimentos.

Por todo ello, es un fatal despropósito confundir la biodiversidad con los “recursos naturales”, es decir, con los materiales primarios, base del comercio, que empleamos en la producción de bienes y servicios, como el cobre, el petróleo, la madera y los mariscos. El concepto rígidamente económico y utilitario de recurso natural comprende solo una fracción infinitesimal de la naturaleza y su diversidad. Si solo entendemos la diversidad de la vida en términos instrumentales y crematísticos, como si los seres vivos, tomados aisladamente, necesitaran justificarse ante nosotros y en su rentabilidad para seguir existiendo; si no entendemos que no tenemos elección y precisamos de la existencia de millones de otros organismos; si perdemos la maravilla y la templanza ante el milagro de la vida, nos habremos condenado a una existencia físicamente endeble y espiritualmente abyecta.

 

8 DE MAYO_REVISTA STAKEHOLDERS_ERNESTO RÁEZ (1)

Artículo publicado en la revista Stakeholders 08/05/23

Sobre el autor:

Ernesto F. Ráez Luna

Docente de la carrera de Economía y Gestión Ambiental de la Universidad Antonio Ruiz de Montoya.

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